Desde adentro, con experiencias prácticas y lúdicas.
En Alas Training, implementamos herramientas para desarrollar y sostener el liderazgo,
convirtiendo individuos en colaboradores y jugadores en ganadores.
Diseñamos programas
prácticos, dinámicos y a medida
que involucran
Juego, Agilidad y Consciencia,
para llevarte a un nuevo nivel.
Potenciá las competencias de tus Líderes, combinando
Coaching, Mentoring y PNL.
Para que tengas datos reales sobre tu situación actual, y un mapa para desarrollar los Líderes y Equipos que estás buscando.
Espacios de entrenamiento y alineación, para
destrabar equipos y construir nuevos resultados.
Diseñamos entrenamientos con base práctica y lúdica, para que tus equipos
in-corporen nuevos aprendizajes y los apliquen
en tiempo real.
Dinamizamos tus reuniones conservando la visión y
los objetivos, para elevar la transparencia, creatividad y eficiencia operativa.
Te acompañamos en el diseño y gestión de transformar lo que viene pasando, para lograr eso que estás buscando.
Procesos de alto impacto, para una transformación profunda y sostenida.
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tus mandos medios
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CMO en Infinix Soft
Lo más valioso de trabajar con Nico fue haber comprendido el panorama completo de un proceso de transformación digital.
Nunca sentí que las capacitaciones fueran "clases", sino algo más dinámico que permite el intercambio de ideas y la construcción de resultados conjuntos.
Me llevo muchas ideas sobre la forma de trabajar con foco en lo humano y las personas como agentes transformadores.
Director de Tecnología en ForVet
Lo más valioso de trabajar con Nico (Founder de Alas) fue haber comprendido el panorama completo de un proceso de transformación digital.
Nunca sentí que las capacitaciones fueran "clases", sino algo más dinámico que permite el intercambio de ideas y la construcción de resultados conjuntos.
Me llevo muchas ideas sobre la forma de trabajar con foco en lo humano y las personas como agentes transformadores.
Por eso creamos un autodiagnóstico gratuito, para que completes por tu cuenta, y descubras que tan necesario (y urgente) es que trabajemos juntos.
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Nota: Quizás quieras hacerlo de manera individual, pero te aconsejamos que valides tu percepción (autodiagnóstico) con la percepción de tus socios/colaboradores.
En el trabajo y en la vida hay una idea que se repite hasta el cansancio: que la fortaleza se mide por cuánto podés aguantar. Cuántas horas resistís, cuántos problemas bancás, cuántas presiones soportás sin mostrar grietas.
Esa lógica convierte a la dureza en un valor.
Pero conviene decirlo de entrada: lo duro se quiebra.
Un gerente que no escucha feedback porque “ya sabe cómo se hacen las cosas”.
Un equipo que se aferra a procesos viejos aunque el mercado cambió radicalmente.
Un profesional que no delega porque “si no lo hago yo, no sale bien”, y termina agotado.
Eso es dureza. Y aunque puede dar sensación de fuerza, en realidad es fragilidad disimulada. Lo rígido no admite variaciones: cuando la presión aumenta, se rompe.
Lo vemos en los materiales (una roca se parte, un cristal se quiebra), y lo vemos en las personas.
Antes de hablar de resiliencia, antifragilidad o sabiduría adaptativa, hay un paso previo que pocas veces se menciona: la plasticidad.
La neurociencia nos recuerda que el cerebro es plástico: cambia según la experiencia, crea nuevas conexiones, reorganiza su estructura. Esa capacidad de reconfiguración es la que nos permite aprender.
En el plano profesional, la plasticidad es la habilidad de reorganizar comportamientos y competencias frente a un entorno cambiante. No es solo resistir o “fluir”: es transformarte.
Una persona plástica no se aferra al manual viejo, sino que aprende una nueva herramienta y la integra en su repertorio.
Un equipo plástico no discute horas para volver a lo de antes: reconfigura roles, ajusta la dinámica y sigue adelante.
Un líder plástico no repite fórmulas que ya no encajan: explora nuevos estilos de comunicación y encuentra la manera de conectar.
La plasticidad es la base. Sin ella, la resiliencia se vuelve nostalgia y la antifragilidad, imposible.
Muchas veces usamos estas palabras como sinónimos. “Sé flexible”, “tenés que fluir”, “adaptate”. Pero hay matices importantes.
La flexibilidad es como el bambú: se dobla con el viento, pero no infinitamente. Llega un punto donde, si la presión es demasiado grande o constante, se parte.
En la vida laboral pasa lo mismo: frente a una nueva normativa, podés estirarte y aceptar cambios aunque no te gusten, pero eso no implica aprendizaje. Simplemente cedés. Y a veces hay límites que no querés —ni debés— cruzar. Por ejemplo: volver a la oficina 5x5. Podés forzarte un tiempo, pero si eso choca con tu bienestar o tus valores, la flexibilidad se agota.
La fluidez es más actitudinal: no te doblás, sino que te movés con el entorno. Bruce Lee lo resumió en su famosa frase: “Be water, my friend”. Ser fluido es entrar a un nuevo equipo y adaptarte a su ritmo, aunque sea distinto al tuyo. Vas con la corriente, sin resistirte demasiado.
La plasticidad va más allá: no es solo doblarse o acompañar el flujo, sino transformarse. Es como la plastilina en manos de un niño: cambia de forma, se moldea, se convierte en algo nuevo. O como un circuito neuronal reorganizándose: no vuelve igual, queda distinto. La plasticidad es lo que te permite aprender competencias nuevas, reorganizar comportamientos y evolucionar.
👉 Flexibilidad y fluidez son útiles, pero suelen ser respuestas de ocasión.
👉 La plasticidad es evolutiva: cambia tu manera de actuar de ahí en adelante.
[Recurso visual sugerido]
Flexibilidad → un dibujo de Bender (Futurama) doblando una barra de hierro.
Fluidez → un banner de Bruce Lee con la frase “Be water, my friend”.
Plasticidad → plastilina moldeada por unas manos, o una red neuronal reconfigurándose.
La resiliencia es la capacidad de recomponerse. El resorte que se estira y después vuelve a su forma original.
Ejemplo:
Después de un despido, alguien se rearma, consigue un nuevo empleo y recupera estabilidad.
Tras un proyecto fallido, un equipo levanta cabeza y vuelve a entregar resultados.
La resiliencia es valiosa, pero tiene un riesgo: quedarse atrapado en la idea de “volver a lo que era antes”. Y muchas veces, lo que era antes ya no existe.
Ahí es donde la plasticidad marca la diferencia: sin esa apertura previa, la resiliencia se convierte en sufrimiento, porque tratás de recuperar una forma vieja que ya no encaja con la realidad.
La antifragilidad, concepto de Nassim Taleb, describe lo contrario de lo frágil. No es solo resistir o recuperarse, es mejorar gracias al estrés y al desorden.
Un músculo se fortalece con el peso del entrenamiento.
Un sistema de innovación crece cuando es desafiado.
En lo profesional:
Una startup que, frente a una crisis, descubre un modelo de negocio más escalable que nunca hubiera explorado en tiempos estables.
Un líder que, tras una reestructuración dolorosa, desarrolla habilidades de comunicación y gestión que lo hacen mejor referente que antes.
La antifragilidad es expansiva: el golpe no solo no te destruye, te convierte en alguien más capaz.
Pero tiene un límite: sigue siendo reactiva. Necesita del caos para activarse. Tu crecimiento llega porque apareció un problema.
El siguiente nivel es dejar de depender del golpe para evolucionar.
La generatividad es crear posibilidades continuamente, sin esperar que el caos te empuje. Es el equipo que innova aunque todo esté funcionando. El profesional que busca nuevos desafíos incluso en épocas de calma.
La sabiduría adaptativa va todavía más allá: es la capacidad de integrar lo aprendido y elegir conscientemente desde dónde actuar. No se trata de aguantar, ni de recuperarse, ni de crecer con el golpe, sino de vivir en coherencia con lo que tiene sentido, incluso en medio del caos.
Un líder antifrágil aprovecha la crisis para innovar.
Un líder con sabiduría adaptativa hace lo mismo, pero además cuida a su gente, preserva la cultura y mantiene la mirada de largo plazo. El caos deja de ser amenaza o combustible: se vuelve un dato más en el juego.
Conviene tenerlo claro: nadie vive siempre en el mismo estado.
A veces solo resistimos (dureza).
Otras logramos recomponernos (resiliencia).
Algunas incluso crecemos con el golpe (antifragilidad).
Y en momentos de madurez y perspectiva, podemos elegir desde la calma (sabiduría adaptativa).
Más que escalones rígidos, son modos de relación con la adversidad.
Imaginá un equipo que trabajó meses en una propuesta clave y, al presentarla, el cliente la rechaza.
El equipo duro se encierra en la bronca, busca culpables, se defiende diciendo que el cliente “no entendió nada”. La energía se va en resistir el golpe.
El equipo resiliente levanta la cabeza, hace algunos ajustes y busca al próximo cliente. Vuelve al ruedo.
El equipo antifrágil aprovecha la caída para revisar su manera de diseñar propuestas: incorpora nuevas dinámicas, mejora sus procesos de feedback y sale fortalecido.
El equipo con sabiduría adaptativa no solo aprende, sino que también cuida los vínculos internos, preserva la confianza y se asegura de que lo aprendido quede integrado en la cultura, más allá de ese proyecto puntual.
Ahora pensá en dos organizaciones que deciden fusionarse. Cada una trae su cultura, sus rituales, sus maneras de hacer.
El directivo duro resiste: “así lo hicimos siempre, y así debe seguir siendo”. El choque cultural es inevitable.
El resiliente intenta recrear su vieja cultura, como si nada hubiera cambiado. Busca volver a lo conocido, aunque eso ya no sea posible.
El antifrágil ve la oportunidad: toma lo mejor de cada empresa, genera sinergias nuevas y aprovecha la turbulencia para crecer.
El sabio adaptativo va un paso más allá: reconoce que habrá dolor y confusión, pero diseña con paciencia una nueva identidad compartida. Integra aprendizajes y acompaña emocionalmente a la gente para que la transición sea sostenible.
Finalmente, un clásico: la caída del mercado.
El empresario duro responde con parálisis o recortes extremos. Se atrinchera, esperando que todo pase.
El resiliente ajusta procesos, reduce costos y busca sobrevivir hasta que las cosas vuelvan a la “normalidad”.
El antifrágil aprovecha la sacudida para innovar: lanza un nuevo producto, abre un canal distinto, encuentra oportunidades que solo aparecen en crisis.
El sabio adaptativo no solo innova: entiende que las crisis son cíclicas. Construye sistemas que le permitan navegar no solo esta tormenta, sino también las que vendrán.
La dureza es un muro: aguanta… hasta que se rompe.
La flexibilidad es el bambú: se dobla, pero tiene un límite.
La fluidez es el agua: se abre paso sin resistir.
La plasticidad es el barro: cambia de forma y se reconfigura.
La resiliencia es un resorte: recupera su forma original.
La antifragilidad es un músculo: crece con el peso.
La sabiduría adaptativa es un jardín: florece porque genera vida, incluso en medio del desorden.
El ritmo laboral nos empuja a reaccionar de inmediato. De reunión en reunión, de urgencia en urgencia, rara vez nos preguntamos desde dónde estamos jugando.
Te propongo un ejercicio simple: regalate 10 minutos de silencio y un cuaderno. No lo pienses solo en la cabeza, escribilo.
Último golpe recibido: ¿cómo respondiste? ¿Aguantaste? ¿Te adaptaste? ¿Te fortaleciste? ¿O elegiste crear algo nuevo?
Patrón personal: mirando tu historia, ¿en qué estado aparecés más seguido?
Próximo paso: ¿qué necesitarías cultivar para moverte al siguiente nivel? Flexibilidad, plasticidad, perspectiva…
No hay respuesta correcta. Lo valioso es identificar tu patrón y decidir qué querés entrenar para la próxima.
El caos no se negocia. Siempre llega, en el trabajo y en la vida.
La diferencia está en cómo te encuentra: endurecido, reactivo, creciendo a partir del golpe, o con la serenidad de quien sabe que incluso en medio de la tormenta puede elegir qué sembrar.
Tal vez la pregunta no sea “cómo ser más fuerte”, sino:
👉 ¿Desde qué lugar quiero relacionarme con el próximo caos que aparezca en mi vida profesional?